16 de mayo de 2010

Crítica Ruleta China


Los simuladores

por Lía Noguera
www.ruletachina.com

Una voz, la de José María Muscari, que en tono paródico, en tono casi burlesco, nos anticipa la fábula de Acreedores -escrita en 1888 por August Strindberg- mientras contemplamos la sala de un living vacío en el cual, a modo de cuadrilátero de box, se desencadenarán las distintas situaciones que se desarrollarán en escena. Un matrimonio y un tercero en discordia, el ex esposo de Tekla (Mercedes Fraile), Gustavo (Daniel Goglino), y actual amigo de Adolfo (Marcelo Bucossi) articularán los distintos tópicos que recorre el texto: los celos, el deseo, la pasión, la venganza, la muerte. Todos ellos a través de la mirada renovadora que imprime la dirección de Marcelo Velázquez, que respetó el texto dramático pero propuso una actualización en torno a la espacialización, aspecto ya evidenciado con mucho acierto en su anterior obra, Criminal de Javier Daulte, que también se representó durante la temporada de 2009.
Una vez más, este director apuesta (y gana con ello) por resignificar el espacio en donde suceden las acciones; un espacio que si bien de manera despojada representa la sociedad burguesa de fines de siglo XIX, se actualiza y se vuelve diferente con el uso de una pantalla, permitiendo así propiciar un universo de sentido más ligado a la interioridad de los representantes de este drama. Porque a modo de espejo cuasi deformante por la dilación que muchas veces presentan las imágenes proyectadas, este recurso ofrece al espectador una constante resignificación de aquello que se ve en la escena y aquello que se muestra en la pantalla, como así también intensifica, reduplica, el sentido intimista del texto dramático. Asimismo, en esa tensión entre imagen en vivo e imagen filmada, se propone representar lo representado, volver sobre el simulacro, pero no sólo como una reflexión metateatral sino también como una clara referencia al mundo diegético de la obra de Strindberg: la simulación de las acciones que rigen los lazos de estos personajes burgueses y su posterior caída de la máscara. De esa manera, este espacio -que se vuelve lúdico- se constituye en la herramienta central que le permite a Velázquez, y que es acompañado de muy buenos trabajos actorales, sobre todo el que concierne a Mercedes Fraile, entregar a los espectadores de este siglo XXI nuevas y renovadas miradas sobre el pasado teatral universal; pero también, ¿y por qué no? una reflexión sobre la teatralidad…

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