16 de mayo de 2010

Crítica Revista Siamesa

por Nicolás Pose
¿Quién le debe a quién? ¿Y a qué clase de deuda se refiere el título? Claro, lo más simple sería pensar en el dinero. Pero existen muchas otras deudas pendientes en la vida. Strindberg con esta obra nos da entender eso con aquel diálogo afilado entre el pintor y su amigo casual, un profesor de letras, durante una estadía en un aristocrático balneario. El pintor está descansando, alejado de sus actividades artísticas, y además, está bloqueado, no puede crear. Uno de sus problemas es su mujer, y todo siempre parece terminar girando en torno a ella. Una escritora de medio pelo, pero con una actitud sumamente provocadora, inteligente, y sobre todo, con ciertas habilidades para saber cómo manejar a su marido. Su amigo le advierte: “tu mujer creció gracias a vos, y te sacó toda la energía”. Unos crecen gracias a otros, y te terminan convirtiendo en un fantasma.

Otra vez, ¿cuál es el objeto de la deuda? A medida que el diálogo entre los dos hombres crece, el amor cobra su protagonismo, ya que el pintor no se siente amado, siente que ha perdido todo con su mujer, porque ella ha ganado esa partida y se ha beneficiado con el matrimonio, mientras él siente que se ha debilitado. Su mujer ha construido su identidad a través del vaciamiento del otro. El marido finalmente va a hablar con su mujer, y además va a usar al matrimonio como mecanismo institucional para ajustar cuentas en el amor. Cada uno de los tres personajes dispone sus máscaras a su tiempo, oportunamente, es así cómo su amigo desaparece cuando el pintor dialoga con su mujer, luego de haberlo aconsejado. Escucha el diálogo a través de la habitación contigua. De a poco, vamos descubriendo el triángulo del resentimiento, el egoísmo, la venganza a la que llevan los miedos, y la muerte que ronda siempre por ahí.

Con un final sorprendente, Acreedores habla sobre las pasiones, sobre el amor, sobre el matrimonio, para terminar resumiendo todo dentro de la familia como una institución que ya se prefiguraba en caída libre. Así, el genio de Strindberg se adelantaba a nuestro tiempo con esta conmovedora obra escrita en 1888. Así lo entiende Marcelo Velázquez, viendo la potencia que aún hoy tiene esta pieza, representándola con una puesta vanguardista, donde el espectador puede ver simultáneamente en una pantalla momentos que difieren de la actuación, creando un efecto de multiplicación dentro de la acción.

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