1 de agosto de 2009

El poder de las palabras y la imagen


Acreedores (1888-2009)
de August Strindberg – Marcelo Velázquez

La pieza de Strindberg, Acreedores, ya perfila las características expresionistas que los personajes del dramaturgo sueco desarrollarían después. Su poética sustentada en la palabra, en el juego dialéctico de sus personajes, que presentan caracteres fuertemente construidos, es representativa de un contexto donde la presencia del teatro tenía la fuerza de llevar al escenario los interrogantes de una platea burguesa ávida de ver allí las carencias de las instituciones que la sostenían. La puesta que Marcelo Velázquez dirige en el espacio de Del Borde, apuesta fuertemente al valor del discurso y su eficacia para expresar los complejos sentimientos del alma humana respetando el texto del dramaturgo casi en su totalidad; salvo la introducción desde la voz en off de José María Muscari, que nos inicia en las problemáticas de la poética teatral, y explícita las dificultades que aparecen cuando se traslada en tiempo y espacio un texto ya clásico. La inclusión de la filmación en uno de los paneles blancos que forman parte de la escenografía, anticipando y reproduciendo en imágenes las acciones que los actores realizan para llevar adelante la intriga, duplica el punto de vista del espectador, pero no logra atraparlo quien sí queda seducido por la fuerza de las palabras con las que Strindberg construye el mundo de sus personajes. Por otra parte, contrasta con la temporalidad anclada en el tiempo de su primera enunciación desde el vestuario. La significación que Velázquez logra con esta antinomia tal vez tenga más que ver con nuestra lectura sobre la teatralidad que sobre el texto de Strindberg. El teatro, último arte aurático por su imposibilidad de reproducción, intenta como siempre a lo largo de su historia incorporar recursos que lo acerquen a la expectativa del espectador. La filmación, de ser sólo el soporte de algunas puestas para rescatarlas como memoria cultural, en este caso propone una intertextualidad con la palabra para la resemantización escénica.
En un atormentado triángulo de amor y odio, el rencor y el deseo de venganza de Gustavo, el marido despechado de Tekla, teje el entramado para que tanto la víctima Adolfo, como su asesino, Tekla (en el sentido moral) caigan en la misma trampa que finalmente dejará a todos con las manos vacías. Como afirmara Jean Paul Sartre años más tarde, “el infierno son los otros”, y el pasado de nuestras acciones vuelve implacable siempre a cobrarse como un acreedor persistente la deuda de nuestros crímenes. Hablar de la misoginia del dramaturgo es ya un lugar recurrente, por eso, tanto Adolfo como Gustavo resultan aunados en su destino común, ser canibalizados por un alma femenina que vive y crece consumiendo sus almas. Los actores aportan un trabajo cuidado con la estética naturalista, e imprimen al texto la fuerza para conseguir el verosímil que nos permita la empatía. El cinismo y el sarcasmo de Gustavo atraviesa el cuerpo de Daniel Goglino, pero en los matices que imprime a su actuación, nos deja ver la desolación de un alma que sabe que con lo hecho se pierde a sí misma. Adolfo en manos de Marcelo Bucossi consigue transmitir su debilidad de carácter, su dolor y la necesidad de recuperar una vida que como ofrenda de amor ha perdido en manos de Tekla, la malvada encarnada por Mercedes Fraile; personaje que Strindberg construye doblemente falsa, no porque mienta a uno y a otro, sino porque con la verdad oculta la verdad, y se defiende atacando, antes de aceptar que ha sido atrapada. La puesta demuestra la validez de un texto que nos sigue hablando de nosotros mismos a pesar de que algunas de las cuestiones planteadas nos parezcan superadas, pone en discusión una vez más la complejidad de las relaciones humanas entre géneros, la posibilidad de amistad entre el hombre y la mujer dentro y a pesar del amor de pareja; las dificultades para vivir el amor, para conocer que es ese sentimiento que parece ser la verdad de nuestra vida, pero que esconde sutiles matices que lo vuelven tan problemático. Pero además, plantea una discusión estética ligada al sujeto creador, quién conforma a quién, el hombre a su obra, o la elección artística conforma finalmente al artista. Para Strindberg el arte también es otra clase de amor, exigente y brutal.

María de los Ángeles Sanz

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