11 de marzo de 2010

Dijo Moira Soto - Radio Ciudad

Verdaderamente es una obra impresionante, como tantas piezas maestras de este genial autor, un poco misántropo y también misógino. Misántropo, en general, con la especie humana y misógino porque en particular solía ensañarse con las mujeres y mirarlas de manera muy crítica.
Esta obra ha merecido una puesta de Marcelo Velázquez verdaderamente extraordinaria por la manera en que hace aflorar y le saca lustre a un texto que es puramente verbal.
El marido de la protagonista, Tekla, se encuentra con el ex marido de su mujer, sin saber que es el ex marido. El primer diálogo es entre Adolfo, el marido actual, y Gustavo, el primer marido. El marido actual no sabe que Gustavo es el primer marido y el diálogo que sostienen sobre Tekla no sólo alude a la personalidad de ella sino también a una novela que ella escribió sobre su primer marido donde lo defenestra. Todo en un juego verbal y mental. En una segunda parte se prosigue con el encuentro de Tekla con su ex marido. Sigue ese combate, esa pelea de los sexos por el poder, los celos. Este encuentro lo está escuchando el marido actual que a su manera ama a Tekla. De modo que el final no es precisamente feliz. Lo extraordinario es que esta especie de duelo cerebral, mental, de duelo de inteligencias y desinteligencias, ha sido tratado de una manera tal que es casi una especie de thriller psicológico donde realmente tanto la actuación de Marcelo Bucossi, Mercedes Fraile y Daniel Goglino, empapados, atravesados realmente por el texto, y que han internalizado muy profundamente sus personajes con toda su complejidad, sus contradicciones y sus miserias, va aflorando fluidamente. Además, está presente todo el suspenso acerca de lo que el espectador sabe y el marido actual no sabe.
Para hacer más interesante esta cuestión, hay un prólogo que toma y adapta una introducción de Pier Paolo Pasolini en su obra Calderón, donde se escucha la voz de José María Muscari que es muy conocida por el público, anunciando cuáles son los deseos del director, de alguna manera poniendo en evidencia la obra, diciendo que se va a usar una escenografía tradicional, que la obra es de fines del siglo XIX. En fin, una manera de poner una distancia con el espectador y tenerlos sobre aviso. Además, que la escenografia es la escenografia del teatro viejo, que es un rito social, que todo ha sido elaborado, preparado, puesto a punto, hablando de alguna manera de los ensayos, que todo lo que se va a ver es una representación. Lo cual no quita que en el transcurso de la representación el público pueda entrar absolutamente en esta obra y seguirla reteniendo el aliento en muchos pasajes. Todo esto con una economía de recursos, en una sala pequeña como es la del teatro DelBorde y con una participación, por la cercanía y por los datos que tiene el espectador, que vuelve más intenso este acercamiento, donde se cuestiona -a fines del siglo XIX- el matrimonio tradicional, el papel de la mujer, el papel del varón, la vampirización que existe en el matrimonio, qué pasa cuando la pareja se torna simbiótica, el tema de los celos… En fin, todo esto a través de este ajuste de cuentas que no decae un segundo.

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